2 de febrero de 2011

El encuentro

- Disculpame, pero me parece que a vos te conozco de algún lado...
- Lo que me faltaba, un pesado más. Y encima con un argumento que más trillado es imposible. Pero qué falta de imaginación!
Pensó ella. Y le contestó, tajante:
- No, no me parece, tu cara no me resulta conocida, para nada.
Aníbal no se desalentó por la respuesta e, intrigado, insistió:
- Pero yo a vos te conozco, te conozco bien. Vos no sos María?
- Pero este es estúpido? Otro argumento más viejo que la escarapela. Y encima María... No se te pudo ocurrir un nombre menos común?
Pensó ella. Y le contestó, terminante:
- No, nene, no soy María, ni Marina, ni Mariana, ni Marilú, ni Mariela. Me llamo Sofía, y ya te dije demasiado, así que no me molestes más. No ves que estoy esperando a una persona?
- Perdoname, no quise molestarte. Es que sos demasiado parecida a alguien que conozco...
Aníbal se desilusionó mucho. No pudo entenderlo. Eran demasiado parecidas. Se alejó de ella y pensó:
- Y bueno, se ve que es parecida pero que no es. María es María, y no Sofía. Qué se yo, quizás fue una jugada del destino, que me hizo pensar que era ella pero en realidad no era. Y bueno... seguiré esperando. Algún día llegará y será mía.
La chica que acababa de rechazarlo de mala manera, mientras él se alejaba, lo miró, sonrió, e inesperadamente, en lugar de aliviarse, sintió una extraña sensación, como si ese hombre que acababa de hablarle fuera realmente sincero, y su rechazo hubiera sido un error.
Aníbal caminó rumbo a su casa y no pudo dejar de pensar en lo que le había pasado, en la chica que acababa de encontrar por casualidad y en el rechazo que había recibido.
La verdad es que era idéntica a la mujer de sus sueños.
Pero no la de sus sueños en un sentido romántico o platónico, sino la de sus sueños verdaderos, los que tenía cada noche, una y otra vez. Los sueños donde se encontraba con María, esa intrigante mujer que lo había seducido desde la primera vez en que la vio. Esa mujer apasionante que cada noche conocía un poco más. Esa persona deslumbrante que encontraba y veía cada noche, una y otra vez.
Su madre se lo había dicho mil veces:
- Pero Aníbal, dejá de pensar en cosas raras. Que soñaste esto, que soñaste aquello. Vos tenés que vivir la vida. Encontrar una buena chica, una mujer de carne y hueso, alguien que sea auténtica... y real
Y Aníbal le contestaba:
- Es que vos no entendés mamá. Ella no es un fantasma. Es María, y algún día va a dejar de vivir en mis sueños, y se va a cruzar conmigo en la vida real, esa que vos querés que yo viva...
Esa noche, cuando Aníbal había conciliado el sueño, pasó lo de siempre. En sus sueños, despampanante, con su vestido blanco, apareció María y se le acercó.
Lo saludó con ternura, lo acarició y le dijo en el oído:
- Te tengo que confesar algo. Yo te mentí. Mi nombre no es María. En realidad soy Sofía.
Aníbal la miró, sonrió, e inesperadamente, en lugar de enojarse, sintió una extraña sensación, y le dijo:
- A mí no me importa que me hayas mentido. Porque estás acá, conmigo. Y yo sé que nunca vas a faltar a nuestra cita...

No hay comentarios:

Publicar un comentario