2 de febrero de 2011

Martín y Jorge, un desengaño amistoso

El semáforo se puso en amarillo, y después en verde. Los autos arrancaron y reiniciaron su marcha por la avenida del Libertador.
- Valdivia, cornudo hijo de puta y la conchuda que te remilparió...!
El insulto sonó estridente y nítido, pese al rugir de los motores.
En el café de Coronel Díaz, Jorge Valdivia, el ex – jockey, alzó su mirada sorprendida y no pudo identificar entre la densa caravana de autos, al agresor verbal.
Le pareció extraño. Un gran ídolo como él, un super campeón admirado por todos los amantes de un deporte tan pasional como el turf, no conocía de rencores ni de odios. Quizás sí de envidias generadas por su larga campaña cargada de triunfos, pero de enconos capaces de generar un insulto semejante, la verdad, no.
Martín Irala era un amante del turf, un apasionado. No de las apuestas, sino del deporte. Un estudioso del tema, un ser deslumbrado por la belleza equina pero, por sobre todas las cosas, un profundo admirador de los hombres que saben guiar la destreza de esos animales al éxito: los jockeys.
Ese año, como todos los años, Martín veraneaba en las costas del Uruguay. Una mañana fue a correr a la playa. Se había despertado muy temprano, y el clima agradable lo decidió, finalmente, a hacer lo que muchas veces se había propuesto y otras tantas, por distintos motivos, no había cumplido.
Estaba corriendo por la playa cuando, entre las gaviotas que se confundían con el horizonte, vio la silueta de un hombre que, como él, corría a esa hora en la que los demás veraneantes todavía dormían.
Al cruzar su camino con el del otro corredor, fue grande su sorpresa cuando se dio cuenta de que se trataba de Jorge Valdivia, el jockey más exitoso de toda la historia, el hombre que más carreras ha ganado y, fundamentalmente, el ídolo de Martín de toda la vida.
Martín Irala giró sobre sus pasos y se puso a correr al lado de Valdivia. Le empezó a hablar, se presentó, le habló de su pasión por el turf, de su admiración por la carrera del deportista, de muchas cosas...
Corrieron juntos un largo rato, hasta que Jorge le dijo a Martín:
- Son las nueve y media, y yo todavía no desayuné. Querés que vayamos a tomar un desayuno a algún lugar cerca?
Para Martín fue como una pregunta realizada desde el mismo Paraíso.
Fue a desayunar con su ídolo, conversó con él como si se conocieran de toda la vida, le hizo las preguntas que siempre había soñado hacerle a un gran campeón hasta que, cerca de las 11, Valdivia se levantó, lo saludó y se fue, rumbo a su casa, para encontrarse con su familia.
Pasaron los días y el rito se repitió cada jornada, una y otra vez.
Más o menos a la misma hora, los hombres se cruzaban, unían sus marchas, corrían un rato por la playa, y terminaban la mañana tomando juntos el desayuno.
Hasta que un día Jorge le dijo a su admirador:
- Martín, el martes me vuelvo a Buenos Aires.
Irala cargó el lunes bien temprano su cámara de fotos y, al terminar el desayuno, le dijo a Valdivia:
- Jorge, traje la cámara, nos sacamos una foto?
El ex – campeón accedió de buen grado, sonrió para la foto, saludó a Martín y se fue a su casa, como todos los días.
Al día siguiente, el último, al terminar el desayuno, llegó la hora del adiós. Martín, emocionado, sacó de su riñonera un sobre y le dijo a Valdivia:
- Jorge, ésta es la foto que nos sacamos ayer, la revelé en un laboratorio express y te hice una copia para vos...
Valdivia pudo haber ejercido su derecho a quedarse en silencio, pudo haber dicho alguna frase de compromiso, o haberle dado a Martín una palmada como forma de agradecimiento. Cualquier cosa. Pero nada de eso fue lo que hizo. Implacable, lo miró a Martín y le dijo:
- Y yo para qué quiero una foto de Martín Irala? Si el famoso soy yo...?

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