2 de febrero de 2011

Ideales

Mi madre colgó el teléfono y los ojos se le llenaron de lágrimas.
- Era Lucía. Alberto murió.
Sus palabras nos dejaron mudos a todos. El ambiente se llenó de vacío, y el tiempo, por un instante, pareció detenerse. Alguien dijo algo inaudible y mi hermana se puso a llorar. Mi padre empezó a hacer ruido con los dedos, como hace siempre cuando no puede ocultar sus nervios. Los chicos no supieron bien qué ocurría, sólo entendieron que algo “feo” les había pasado a los “grandes” y que, al menos por un rato largo, lo mejor era no pelearse, o hacer mucho ruido, o algo así.
Alberto era mi tío preferido. El idealista en una familia de cumplidores de reglas. El interesante. El que decía cosas raras. El diferente. El que desde siempre había preguntado “por qué”, en lugar de aceptar sin dudas o cuestionamientos lo que se le decía. El que hablaba de temas distintos. El que se aburría con lo que estaba preestablecido. El que se enamoró de la mujer que supo ver adentro de su mirada viril pero frágil, y se lo llevó a su Uruguay natal primero y, exilio mediante, a un México adoptivo, después. El que nunca ni siquiera por un momento se imaginó andando los caminos que alguien había marcado cuidadosamente para él. El que siempre habló de ideales donde sólo se hablaba de normas. El que se animó. El que no estuvo de acuerdo... y se fue.
No nos vimos demasiadas veces. El se fue de la Argentina siendo muy joven y yo soy el menor de varios hermanos, bastante mayores que yo. Fueron pocas las ocasiones en que pudimos compartir momentos, y charlar. Pero bastaron. Siempre hubo un interés mutuo. Un afecto y un respeto recíprocos, como una sintonía común.
La última vez que estuvimos juntos fue en mi casa. Alberto, su mujer Lucía, y sus hijos pasaron Año Nuevo con nosotros.
Como profesores de filosofía en la universidad pública, mi tío y su mujer, no tienen la posibilidad económica de darse demasiados gustos así que para venir a este rincón del Mundo, consiguieron pocos días, que debieron distribuir muy cuidadamente entre Buenos Aires y Montevideo.
Esa noche de Año Nuevo fue muy cálida y el encuentro familiar, muy emotivo.
Mi terraza es bastante grande, pero con toda la gente reunida, pareció insuficiente. Mi mujer, mis padres, mi hermana, su marido, mis hermanos, sus mujeres, Alberto, Lucía, y los hijos de todos.
Fue una típica noche de Año Nuevo, donde abundaron los recuerdos, las anécdotas, las historias de familia, y la atención de cada uno pasó por disfrutar el momento, cuidar que la multitud de chicos propios y ajenos no hicieran desastres, y cumplir con la sucesión de comidas, bebidas, el brindis, los fuegos artificiales y demás.
Cuando llegó la hora de la despedida, el rito se hizo prolongado, porque realmente éramos muchos. Cuando finalmente coincidimos, Alberto y yo nos dimos un abrazo. Él me miró con una mirada rara, como yo, lamentando el no haber podido tener el tiempo ni el lugar para poder charlar tranquilos, y a solas. Con un dejo de tristeza y una melancólica resignación me dijo:
- La verdad es que me hubiera gustado ser un poco más próspero...

No hay comentarios:

Publicar un comentario